sábado, 2 de junho de 2018

Para algún lugar donde no sepa los nombres de los jugadores


Escena de Miami Vice (1987) / Fotoimagen

El Ferrari Testarossa blanco rasga el asfalto rodeado de edificios en estilo art déco, cocoteros y luces de neón en la ambiciosa y decadente Miami de los años 1980. James “Sonny” Crockett (Don Johnson) y Ricardo “Rico” Tubbs (Philip Michael Thomas) están en búsqueda de más un cartel de narcos en el cual se infiltraron pasándose por hombres de semejante moral. El universo del seriado que tuvo como productor ejecutivo al cineasta Michael Mann traía la ciudad tropical como la Casablanca (1942) de Rick Blaine (Humphrey Bogart) donde las intenciones y los personajes nocturnos se confunden. Definido como “un seriado revolucionario” y de “influencia todavía evidente” por el New York Times, Miami Vice (1984-1990) fue el responsable en mi infancia porque me gustase la televisión y el cine, o sea, la comunicación.

Intenté las artes dramáticas pero el ambiente sigue siendo muy racista así como el propio país. Mientras en EEUU la población es compuesta por 13% de negros existen papeles dignos para este grupo en sus producciones todavía no siendo muy reconocidos en los premios. En Brasil con sus 53% de negros lo que contemplábamos en el inicio de la década pasada así como hoy en las producciones locales son estereotipos raciales y en gran parte en obras tratando de la esclavitud. Estos mismos actores y actrices después de ser “abolidos” del programa vuelven a los matorrales del desempleo. Evaluando este panorama rápidamente migré para el periodismo y no llevé mucho tiempo para hacer prácticas en la prestigiada Tele Cultura.

“Viendo la entrevista, era posible sentirse como una mosca en la pared de un cóctel de gala de la familia real, donde los invitados de honor – no borrachos del todo pero relajando a la medida que incrementaban el nivel etílico con copas y más copas del más refinado Chardonnay – exploraban los límites de la decencia en el comportamiento social”, las palabras del periodista estadounidense Glenn Greenwald resumen la edición del programa de entrevistas Roda Viva con Michel Temer (2016) en el alto de su provincianismo asemejándose a una aristocracia palurda emuladora de los pésimos hábitos de la corte portuguesa. Un ambiente del que no quiero volver a participar.

En tiempos como estos el periodismo se convierte cada vez más necesario. En 2015, ocho profesionales murieron mientras efectuaban sus trabajos según informe acerca de la libertad de prensa de la Asociación Brasileña de Emisoras de Radio y Televisión (Abert). La ONG suiza Press Emblem Campaign (PEC) califica el país como el 5º más letal para periodistas delante de estados en situación de guerra como Libia, Yemen y Sudán der Sur y adelante apenas de Siria, Iraq, México y Francia – esta víctima de un ataque terrorista en el satírico periódico Charlie Hebdo –. La organización Reporteros Sin Fronteras definió para el país la posición 104º en su ranking de libertad de prensa se quedando después de Chile, Argentina, El Salvador, Nicaragua, Perú y Panamá.

En 2013, escribí para el Observatorio de la Prensa el texto “Una emisora pública con pasado buscando al futuro” en el cual creía que el regreso de Marcos Mendonça a su presidencia ayudaría a salir de las decepciones amargas que fueron las gestiones de Paulo Markun y João Sayad. Me engañe, la escena narrada arriba es apenas una faceta de esta administración y marca uno de los momentos más bajos del periodismo brasileño.

Durante mis prácticas aprendí mucho y obtuve conocimientos que pongo en mis trabajos periodísticos posteriores a pesar de haber pasado por situaciones embarazosas y descubrir que vivo en un país donde las relaciones se hacen como si siguiéramos en una corte real donde los nombres se premian y mantienen la barrera invisible excluyendo a los indeseables. Cuán mayor es la presión en el ambiente donde las demisiones llevan los restantes a producir por tres o cinco funcionarios mayor es el espacio para surgir el acoso moral. Me acuerdo de un colega que gritaba con mujeres y aprendices así como también hacía chistes misóginos, raciales y homofóbicos en cambio llevaba bocadillos exquisitos a los jefes, o sea, más una reproducción del comportamiento arcaico de una “nobleza” provinciana.

En el último episodio de Miami Vice, “Freefall” (Caída Libre), la pareja decide dejar la fuerza policial después de testimoniar el exceso de corrupción que llega al gobierno y como usa sus agencias como piezas de ajedrez. En la última cena el sol ya no es más tan brillante, su palidez se confunde con las arenas blancas de la playa, ambos detectives están con melancolía en sus ojos teniendo el blanco Ferrari entre sus cuerpos. Así que afirma que volvería al Bronx, en NY, Rico cuestiona cual será el destino de Sonny y este lleno de incerteza le contesta: “yo no lo sé. Algún lugar más al sur, donde el agua sea caliente, las bebidas frías y yo no sepa los nombres de los jugadores”.

Hay más realidad en los actores pasándose por policías mientras se infiltran disfrazados en organizaciones criminales de lo que en mucha cosa en el periodismo brasileño. En cuanto a mí seguiré con algunos trabajos ocasionales que fue lo que logré hasta hoy, pero voy para algún lugar donde yo no sepa los nombres de los jugadores.